Pensamiento Crítico

La capacidad de pensar es la mayor de las libertades de las que disponemos. Se nos puede desproveer de “todo” menos de ella, es el centro de nuestra dignidad personal, ya que favorece el sello personal de cada uno y nos hace tomar contacto continuo con la tan ansiada, percepción subjetiva de “libertad”. Ni que decir tiene, que nos ayuda a comprender y adaptarnos a la vida de forma natural y funcional, evitando el sucumbir a los condicionamientos y la persuasión socio-culturales.

Ejercitar un pensamiento crítico, no genera individuos “antisistema”, como se acostumbra a afirmar,  lo que genera son personas interiormente libres que a pesar de que se saben atadas a todo lo que “es generado”, mantienen la esperanza de algo que es completamente “real” (para ellos mismos), su exclusiva forma de percibir y procesar la realidad. De alguna forma, sin entrar en debates filosóficos, de sí la libertad existe o no, sí, estaríamos hablando de individuos que se sienten más libres, aunque sean incomodos para el resto de la sociedad, sujetos no manipulables por el miedo a “que les excluyan del clan” (u otros miedos varios).  A pesar de que lo anterior, impresiona muy amenazante para el sistema, no es una condición intencionada para el sujeto pensante generarlo, someramente, se trata de una consecuencia natural del propio proceso del pensamiento crítico. Los libre- pensadores no piensan por fastidiar a nadie, lo  hacen porque les aporta libertad, autonomía y una profunda sensación de presencia, que en ocasiones puede traducirse en devoluciones, más o menos útiles hacía el exterior.

Reflexionando sobre las causas de no ejercer el pensamiento libre a nivel humano,  me ha parecido interesante compartir algunas de ellas, sin obviar que solo serían eso, reflexiones esperando ser útiles o al menos interesantes para alguien.

Considero interesante entender, que una de los mayores enemigos del pensamiento libre, es paradógicamente, creer que lo ejercemos cuando: “decimos lo que nos da la gana”. Esto no necesariamente es pensamiento libre, en muchas ocasiones, simplemente obedece a una libertad de expresión manida y reiterativa, de una información condicionada y poco elaborada, que nos convierte en “loros sin criterio”. Debido a ello, es interesante hacer una primera parada de máquinas, para tomar consciencia, de cómo hablo, por ende, cómo es mi pensamiento (ya que el pensamiento precede al lenguaje).

Una razón que a pesar de impresionar simple resulta castrante, es la idea de que es difícil pensar. A consecuencia de la cual,  se perpetua el adquirir información externa y manejarla  una otra vez, sin ninguna intención de cuestionar, analizar y/o generar filtros, es decir, llevar a cabo cualquier acción cognitiva que nos ayude a criteriar la información por nosotros mismos.

Un resultado alternativo de la acción anterior, seria confundir el “juicio” con el “pensamiento”. Es simplísimo, juzgamos porque es más fácil que pensar, el problema, es que el juicio, implica una moralidad (a excepción de en el entorno jurídico que tiene una función concreta), en la vida real, mientras que juzgamos una situación o a alguien, no los estamos comprendiendo, ni conociendo, mucho menos amando (no nos estamos abriendo a ello). Estamos siendo jueces no libre pensadores. La capacidad funcional del juicio es la aplicada a la valoración y al discernimiento (credibilidad, validez, verificación de argumentos y/o fuentes).

Pensar criticamente, implica la acción de “permitírselo” a uno mismo. Para poder ser  libre de pensar, me tengo que permitir serlo, tengo que darme la oportunidad y “el permiso” de confiar en mis recursos, en mi capacidad de hacerlo, tanto a nivel cognitivo, intelectual, verbal…Pero no sólo a estos niveles “superficiales”, principalmente a nivel interno, existencial, ya que existe un gran miedo general a “soltarse” de los convencionalismos que hacen de “parapeto” relegando una pseudo-seguridad en nuestra vida, y pensar por libre,  implica soltarse de todo lo que está establecido como “realidades o verdades aceptadas”. Para pensar con criterio, hay que asumir la incertidumbre de que no sabemos nada, y que lo que creemos saber, tampoco  es certeza. Soltar las garantías. Necesitamos un escepticismo sano que nos aleje del cinismo polarizado.

A colación de lo anterior y como última idea, también podemos extraer una reflexión desde el parámetro psicológico, concretamente de personalidad, de lo que se ha entendido como Ego/Yo/Self en la psicología. Tenemos que ser capaces de confrontarnos a nosotros mism@s, con nuestras carencias, dudas, inseguridades, complejos…ya que de lo contrario, el pensamiento corre el riesgo de estar sometido a nuestra propia oscuridad, lo cual, a pesar de ser completamente natural puede corromper el resultado del proceso. Para ello, es importante hacerlo consciente, observarlo, comprenderlo y revisarlo, con el objetivo de mantenerlo a una distancia prudencial, posibilitando el  reducir al máximo el “sesgo de confirmación” (confirmar lo que creo) y  la subjetividad personal. Como es lógico, lo anterior, requiere una gran dosis de auto-indagación interna, con el fin de no confundir el discurso egóico con el pensamiento crítico auto-dirigido y honesto.

Como vemos, nada nuevo bajo el sol, las dos mismas variables hacen presencia: la ignorancia entendida como “no ver que no veo” (inconsciencia),  sumada al miedo (varios), principalmente a “ser”,  están detrás de este comportamiento de seguir a  la mayoría y repetir informaciones «revenidas», que decantan en un callejón sin salida social, en lugar de seguir un camino nuevo, construyendo un universo interno libre y honesto de «cosecha propia”.

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