Rumiar no es reflexionar
La capacidad de reflexión sin duda posee muchos beneficios a nivel de desarrollo humano; nos permite comprender nuestra realidad (interna y/o externa) y es fuente de creatividad, aprendizaje y disfrute en muchas personas. En el diario vivir se tiende a confundir la enriquecedora reflexión (pensamiento atento para el estudio o comprensión) con la dañina rumiación (pensamiento circular obsesivo).
No es difícil determinar cual de los dos tipos de pensamiento está activo en nuestra mente sí decidimos hacer una pequeña parada de máquinas y observamos nuestro estado. El pensamiento reflexivo, es un pensamiento activo y dirigido hacia un objeto determinado que no provoca malestar (lo cual no implica que puedan darse signos ansiosos asociados a los aprendizajes). La rumiación en cambio, es un proceso que implica malestar, principalmente de corte ansioso-depresivo y puede potenciar el surgimiento de una gran diversidad de sintomatología asociada sí se mantiene a lo largo del tiempo.
Así pues, si estas agotado, estresado, tensionado y sin energía después de un rato pensando, no tengas duda, estas rumiando (claro está, siempre que no haya otro tipo de posibles causas). Lo mejor que puedes hacer es descansar y buscar alternativas mediante actividades donde no puedas volver a rumiar (excluyentes con seguir pensando), ya que a mayor tiempo haciéndolo, más difícil será cesar de hacerlo. Busca alternativas de acción y trata de poner toda tu atención en ellas, al principio es posible que te cueste pero con el tiempo los circuitos neuronales que sustentan esa velocidad rumiadora irán debilitándose gracias a que dejas de reforzarlos (no los atiendes).
En caso de que esta situación no sea una situación aislada y se te repita este patrón afectando a la funcionalidad en tu vida diaria, sería aconsejable que acudieras a un profesional que te ayude con aspectos más profundos y psicológicos.




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